lunes, 1 de agosto de 2011

Gotas de rocío.

Es una fría tarde de octubre. Llueve. Sentada en el sillón de un saloncito que mi marido dispuso especialmente para mis lecturas diarias a la hora del ocaso, espero. Observo el fuego de la chimenea que pareciese que canta, y veo como las llamas bailan una danza del medioevo, llena de magia y artificios que no logro traducir, pero que sí percibo, y siento como estas me invitan a formar parte de su algazara.
           
            Mi marido está arriba, y casi escucho como la pluma sujetada por su mano escribe sobre las cartas que al amanecer le pedirá al mayordomo que envíe, y luego de un rato escucharé su respiración desde el salón, pausada y a la vez intensa leyendo periódicos, y que luego de un día exhausto de trabajo y reuniones sociales con otros caballeros, de los cuales habla de economía y política, temas en los que prácticamente se basa nuestra vida, (o la vida de él más bien dicho), bajará a comer y hablaremos sobre nuestros nuevos vecinos, los Ferton, sobre la nieve que empezará en unas temporadas más a tapar la entrada de la casa, y sobre contratar quizás a una nueva empleada o en su efecto comenzar a reducir los gastos, quien sabe. Hablaremos quizás de otros temas, como con quien se casará la Señorita Harvey y sobre soñar con futuras alianzas matrimoniales para los hijos que no tenemos.

            Escucho la lluvia en el exterior y como las gotas a lo lejos chocan contra los techos de los carruajes de burgueses que se dirigen a fiestas apoteósicas, fiestas llenas de cinismo, egolatría y derroche en tiempos de escases; escucho como pasan fuera de mi hogar. Siento el olor de la cena que estará lista en cuanto la criada de aviso, por lo pronto… espero.

            Mirando el fuego mi mente se sale de toda barrera de decoro en la cual vivo sumergida inconscientemente y pienso en mi vida por un instante cuando el tiempo se detiene, y comienzo a analizar mi existencia y condición con todos sus agregados.

            Desde el interior de la mujer mana la vida, desde el interior del hombre nace el pensamiento, pero ¿desde qué interior mana el amor? El amor es sólo expectativa de vida, y eso es lo que pienso en mi angustia, en la falsedad de una identidad creada en un espectro fomentado bajo la inseguridad y poca autoestima, creado bajo las leyes de obediencia y respeto, leyes en las que fui enseñada toda mi vida, leyes bajo las cuales se forjó mi madurez. Si es esa la expectativa de vida de una mujer, si no he de amar ¿qué expectativa me queda entonces?, ¿qué será de mi vida cuando las marcas del tiempo se posen sobre mi rostro y mis manos sientan el frío del fin? Si no he de amar a alguien, puedo amar algo quizás. Pero no amo, no sé que es aquello, busco dentro de mi cuerpo, dentro de mi mente, pero no encuentro aquello; y una profunda angustia mezclada con raíces de amargura comienza a crecer en mi interior. Entonces incoherentemente siento un vacío que se apodera de mí, un vacío que me llena.

            Comienzo a desesperarme en ese instante, ya no siento el olor de la cena y el fuego parece no trasmitirme su calor, ya no siento como la pluma escribe sobre el papel y la algazara y los canticos de las llamas ya han cesado. No me gusta esta sensación, y siento profundas ganas de correr, de escapar, de sentirme libre de juramentos durante unos segundos y encontrar en la vida el sentido que al perecer aún no he hallado. 

            Sin saber que hacer me paro del sillón, comienzo a caminar desesperadamente y con paso firme hacia la puerta, hacia afuera de mi hogar; hacia afuera de esas murallas que han albergado mi apellido por generaciones. Abro la puerta, salgo a la calle y de pronto en esa desesperación e hipnosis de mi mente, algo me entorpece.

            Vuelvo a revivir de mi lapsus y me doy cuenta que llueve, lo había olvidado completamente, intento correr y refugiarme en mi hogar, como si la lluvia me asustase en ese preciso momento, como si fuera algo desconocido para mí, algo que si lo pienso está constantemente, pero que ahora mismo no soy capaz de reconocer. Al darme cuenta que no puedo volver a mi hogar, sólo soy capaz de sentir como las gotas de agua humedecen mi rostro y mis manos, mi ropa se comienza a mojar, pero eso no me preocupa, sólo siento las gotas que corren por mis mejillas y acarician mi cuello; las palpo, las oigo, las disfruto en la inmovilidad de mis miembros. Me regocijo.

            Pasivamente miro a mí alrededor, todo húmedo, todo tan vivo, comienzo a contemplar, sé lo que es eso, pero al parecer nunca lo había hecho verdaderamente antes. Contemplar. Y ahí, en esa pausa breve que doy a mi vida, en esa pausa en la que pareciese que soy el único ser que pisa el planeta, abro unos nuevos ojos que contemplan y me sumerjo en la inmensurable maravilla de la creación divina que está por todos lados, en cada árbol, en cada hoja. Y por fin, soy capaz de sentir aquella sensación que nunca pensé se expresaría en mí, y… amo.

Daniela Arias B.

jueves, 14 de julio de 2011

Expiro.

Parada al borde de la ventana, la vida era nada… una ausencia de todo, una presencia de nada. Su cabello rojo resoplaba al viento, sus labios carmesíes estaban mojados, sus tenues ojos parecían mostrar un último brillo, su piel era lisa, pero el color de sus mejillas estaba desgastado, y ahora era como nieve de un frío invierno. Estaba parada en su habitación, envuelta en el silencio del pensamiento que escuchaba más fuerte que nunca. La luna parecía mirarla tristemente, tantas noches que sentía como si la observara y como la luna le trasmitía su resplandor, el cual su cuerpo absorbía y le daba fuerzas para continuar, especialmente en los postreros tiempos. 
De pronto una suave luz fue creciendo; corrió viento, ella seguía mirando la luna, pidiéndole que por última vez traspasase su energía, pero no lo hizo… sintió que la luna también la despreciaba y como todos los que la rodeaban había también decidido guardar silencio. Agachó su cabeza y un fuerte viento rozó su rostro, la pequeña luz comenzó a crecer, sintió frío. La luz era cada vez más fuerte hasta el punto en el que fue insoportable. Vio en ese mismo instante pasar toda su vida, veía los atardeceres junto a su mejor amigo y lamentó no haberlos disfrutado lo suficiente como para darle el calor que necesitaba ahora, era como una película, en la cual la cinta se volvía cada vez más oscura hasta el punto en el que fue imperceptible al ojo humano. Alzó su mano al cielo, se sintió tonta. Un mayor frió la estremeció en ese instante, miró sus manos que de pronto estaban arrugadas, sus labios se habían oscurecido, sus mejillas estaban delgadas y el brillo de sus ojos se había extinguido casi completamente. 
Pero algo la sorprendió en ese momento de confusión, era que su pelo había crecido impresionantemente, a tal punto en que la estaba envolviendo completamente, intentó forjarse, fue inútil. Su largo cabello la seguía rodeando hasta que quedo totalmente envuelta de rojos hilos que formaban una sola figura, hizo un último esfuerzo… y expiró.

Daniela Arias B.

martes, 7 de junio de 2011

Ensayo: La educación en Chile, la principal falencia del problema.

El otro día estaba con un amigo tomándonos un café en providencia y espontáneamente comenzamos a hablar de la educación en Chile, en un contexto en el que él es egresado del Instituto Nacional y yo, alumna de 4to medio de un colegio particular pagado. Claramente teníamos variadas opiniones acerca de la educación que se nos ha establecido, él: “institutano de corazón” apoyaba el sistema público, y yo: el privado. Pero concordábamos en algo, opinábamos que el problema se dividía en 3, el sistema como tal (a cargo del Estado), los profesores (limitados por el Estado) y en los que recae el problema y causantes del problema a la ves, los alumnos.
Hablábamos a cerca del Estado, institución que debe regular la educación y asegurarse de brindar una educación de “calidad”, pero, ¿es esto posible cuando el Estado ni siquiera invierte en investigación, muy poco en especialización docente, para nada en extensión y con un margen de buena educación regulada por el capitalismo que permite únicamente acceder a una buena educación a quienes cuentan con los medios? Probablemente sea muy difícil en este contexto surgir, cuando la entidad principal tiene topes que están fuera de sus manos. Creo que uno de los problemas más grandes de la educación, y con lo que estábamos de acuerdo con mi amigo, es que está en exceso ligada al Estado, y esto en muchas ocasiones provoca mala toma de decisiones, por ejemplo unos de los proyectos más importantes de nuestro país relacionados a la investigación, es el proyecto de construir un magno centro de investigación (CDI) en el norte de chile, pero fue rechazado por el congreso, quizás no necesariamente por falta de presupuesto, sino porque en Chile hay pocos centros de emprendimiento (comparado con un nivel europeo, por ejemplo), y no hay “capital humano” dispuesto a manejar un CDI, ya que alguien que se considera emprendedor, simplemente emigra de Chile, y eso es una realidad.
Pero más allá de toda relación política que pueda o no afectar en la educación, siempre he creído que un estudiante que “quiere aprender” buscará los medios que no tiene, incluso que no existen, para lograr aprender. Entre los vicios de la educación chilena, en mi opinión que son la punta del iceberg, vienen todos de un problema mayor que tiene que ver con nuestra cultura y no sólo con soluciones técnicas. Hace un tiempo me referí a la educación chilena ocupando el adjetivo “mediocre”, sin darme cuenta en ese momento tenía mil y unas razones y argumentos para referirme de ese modo (quizás rompiendo todas las reglas de silencio y decoro que debo acatar), mis argumentos son que el sistema es insuficiente, y presenta muchas falencias, y el adjetivo hace alusión únicamente a la falta de emprendimiento.
En otro “ensayo”[1] de mi propiedad, habló a cerca de una teoría sobre un nuevo pilar de la educación que debería ser agregado a los “Los pilares de la educación”[2] que ahora creo provoca la principal falencia en el sistema, el aprender a sentir, ya que un estudiante puede ya haber aprendido a conocer, a hacer, a vivir y a ser alguien con auténtica personalidad, pero si no sabe “sentir” todo lo que pueda hacer, conocer o vivir, o sea, si no lo hace con pasión, porque así lo siente, o porque así lo quiere, no tiene sentido y terminará en la pronta desmotivación, o en una motivación falsa, muchas veces en consideración de la remuneración, lo que a la larga no satisfará su vida.
A un estudiante se le pueden dar todas las herramientas para que sea alguien importante en la vida, o para que sea un alguien, pero todo esto depende de lo que “quiera ser” y eso es de acuerdo y se controla únicamente a como siente la vida, eso determinará, valga la redundancia, quién quiere ser en la vida. Si el estudiante no siente la motivación por el estudio, no le toma el gusto a las buenas calificaciones, al conocimiento, al saber, se conformará con lo mínimo y es por esto tendrá una actitud mediocre frente al estudio y por tanto frente a la vida.
De que hemos avanzado, hemos avanzado, el hecho de que en el año 2003 el gobierno haya establecido una “Educación Secundaria gratuita y obligatoria para todos los chilenos hasta los 18 años de edad” [3], entregando al Estado la responsabilidad de garantizar el acceso a ella, es un hito sin precedentes en Latinoamérica; pero está claro de que nos falta mucho todavía. Creo que la educación debe ir de la mano con el desarrollo de innovación y tecnología capaz de dar valor agregado a las materias primas que actualmente explotamos, lo cual generará nuevos empleos y una competencia a nivel mundial. Pero insisto, muchas herramientas puede darnos el Estado, muchos beneficios nos puede brindar, pero si no los aprovechamos, es lo mismo que si no estuviesen.
Lo que es ahora, depende de cada “estudiante”, decidir y tomar la iniciativa de emprender por si mismo, valiéndose de las herramientas que tiene y de las que no tiene, para nunca dejar de aprender, valerse del conocimiento o del saber, por sí mismo y a ver si alguien así, puede mejorar de una vez por todas los sistemas públicos de nuestro país, no solo en el plano de la educación, sino en todo ámbito. Y frente al fracaso, que ha sido nuestra moda en estos 200 años de independencia al tratar de mejorar el sistema, repetir al emprendedor que dijo: “No he fracasado. He encontrado 10 mil formas que no funcionan” (Thomas Edison) y seguir intentando.




[1] Ensayo Violencia Cultural, Daniela Arias B, 20 junio 2009, párrafo 10, página 4.
[2] “Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, LA EDUCACIÓN ENCIERRA UN TESORO” p.34 Segunda Parte, Capítulo 4.
[3] Decreto N° 3 del 5 de enero del 2006 del Ministerio de Educación.


Daniela Arias B.