El otro día estaba con un amigo tomándonos un café en providencia y espontáneamente comenzamos a hablar de la educación en Chile, en un contexto en el que él es egresado del Instituto Nacional y yo, alumna de 4to medio de un colegio particular pagado. Claramente teníamos variadas opiniones acerca de la educación que se nos ha establecido, él: “institutano de corazón” apoyaba el sistema público, y yo: el privado. Pero concordábamos en algo, opinábamos que el problema se dividía en 3, el sistema como tal (a cargo del Estado), los profesores (limitados por el Estado) y en los que recae el problema y causantes del problema a la ves, los alumnos.
Hablábamos a cerca del Estado, institución que debe regular la educación y asegurarse de brindar una educación de “calidad”, pero, ¿es esto posible cuando el Estado ni siquiera invierte en investigación, muy poco en especialización docente, para nada en extensión y con un margen de buena educación regulada por el capitalismo que permite únicamente acceder a una buena educación a quienes cuentan con los medios? Probablemente sea muy difícil en este contexto surgir, cuando la entidad principal tiene topes que están fuera de sus manos. Creo que uno de los problemas más grandes de la educación, y con lo que estábamos de acuerdo con mi amigo, es que está en exceso ligada al Estado, y esto en muchas ocasiones provoca mala toma de decisiones, por ejemplo unos de los proyectos más importantes de nuestro país relacionados a la investigación, es el proyecto de construir un magno centro de investigación (CDI) en el norte de chile, pero fue rechazado por el congreso, quizás no necesariamente por falta de presupuesto, sino porque en Chile hay pocos centros de emprendimiento (comparado con un nivel europeo, por ejemplo), y no hay “capital humano” dispuesto a manejar un CDI, ya que alguien que se considera emprendedor, simplemente emigra de Chile, y eso es una realidad.
Pero más allá de toda relación política que pueda o no afectar en la educación, siempre he creído que un estudiante que “quiere aprender” buscará los medios que no tiene, incluso que no existen, para lograr aprender. Entre los vicios de la educación chilena, en mi opinión que son la punta del iceberg, vienen todos de un problema mayor que tiene que ver con nuestra cultura y no sólo con soluciones técnicas. Hace un tiempo me referí a la educación chilena ocupando el adjetivo “mediocre”, sin darme cuenta en ese momento tenía mil y unas razones y argumentos para referirme de ese modo (quizás rompiendo todas las reglas de silencio y decoro que debo acatar), mis argumentos son que el sistema es insuficiente, y presenta muchas falencias, y el adjetivo hace alusión únicamente a la falta de emprendimiento.
En otro “ensayo”[1] de mi propiedad, habló a cerca de una teoría sobre un nuevo pilar de la educación que debería ser agregado a los “Los pilares de la educación”[2] que ahora creo provoca la principal falencia en el sistema, el aprender a sentir, ya que un estudiante puede ya haber aprendido a conocer, a hacer, a vivir y a ser alguien con auténtica personalidad, pero si no sabe “sentir” todo lo que pueda hacer, conocer o vivir, o sea, si no lo hace con pasión, porque así lo siente, o porque así lo quiere, no tiene sentido y terminará en la pronta desmotivación, o en una motivación falsa, muchas veces en consideración de la remuneración, lo que a la larga no satisfará su vida.
A un estudiante se le pueden dar todas las herramientas para que sea alguien importante en la vida, o para que sea un alguien, pero todo esto depende de lo que “quiera ser” y eso es de acuerdo y se controla únicamente a como siente la vida, eso determinará, valga la redundancia, quién quiere ser en la vida. Si el estudiante no siente la motivación por el estudio, no le toma el gusto a las buenas calificaciones, al conocimiento, al saber, se conformará con lo mínimo y es por esto tendrá una actitud mediocre frente al estudio y por tanto frente a la vida.
De que hemos avanzado, hemos avanzado, el hecho de que en el año 2003 el gobierno haya establecido una “Educación Secundaria gratuita y obligatoria para todos los chilenos hasta los 18 años de edad” [3], entregando al Estado la responsabilidad de garantizar el acceso a ella, es un hito sin precedentes en Latinoamérica; pero está claro de que nos falta mucho todavía. Creo que la educación debe ir de la mano con el desarrollo de innovación y tecnología capaz de dar valor agregado a las materias primas que actualmente explotamos, lo cual generará nuevos empleos y una competencia a nivel mundial. Pero insisto, muchas herramientas puede darnos el Estado, muchos beneficios nos puede brindar, pero si no los aprovechamos, es lo mismo que si no estuviesen.
Lo que es ahora, depende de cada “estudiante”, decidir y tomar la iniciativa de emprender por si mismo, valiéndose de las herramientas que tiene y de las que no tiene, para nunca dejar de aprender, valerse del conocimiento o del saber, por sí mismo y a ver si alguien así, puede mejorar de una vez por todas los sistemas públicos de nuestro país, no solo en el plano de la educación, sino en todo ámbito. Y frente al fracaso, que ha sido nuestra moda en estos 200 años de independencia al tratar de mejorar el sistema, repetir al emprendedor que dijo: “No he fracasado. He encontrado 10 mil formas que no funcionan” (Thomas Edison) y seguir intentando.