Parada al borde de la ventana, la vida era nada… una ausencia de todo, una presencia de nada. Su cabello rojo resoplaba al viento, sus labios carmesíes estaban mojados, sus tenues ojos parecían mostrar un último brillo, su piel era lisa, pero el color de sus mejillas estaba desgastado, y ahora era como nieve de un frío invierno. Estaba parada en su habitación, envuelta en el silencio del pensamiento que escuchaba más fuerte que nunca. La luna parecía mirarla tristemente, tantas noches que sentía como si la observara y como la luna le trasmitía su resplandor, el cual su cuerpo absorbía y le daba fuerzas para continuar, especialmente en los postreros tiempos.
De pronto una suave luz fue creciendo; corrió viento, ella seguía mirando la luna, pidiéndole que por última vez traspasase su energía, pero no lo hizo… sintió que la luna también la despreciaba y como todos los que la rodeaban había también decidido guardar silencio. Agachó su cabeza y un fuerte viento rozó su rostro, la pequeña luz comenzó a crecer, sintió frío. La luz era cada vez más fuerte hasta el punto en el que fue insoportable. Vio en ese mismo instante pasar toda su vida, veía los atardeceres junto a su mejor amigo y lamentó no haberlos disfrutado lo suficiente como para darle el calor que necesitaba ahora, era como una película, en la cual la cinta se volvía cada vez más oscura hasta el punto en el que fue imperceptible al ojo humano. Alzó su mano al cielo, se sintió tonta. Un mayor frió la estremeció en ese instante, miró sus manos que de pronto estaban arrugadas, sus labios se habían oscurecido, sus mejillas estaban delgadas y el brillo de sus ojos se había extinguido casi completamente.
Pero algo la sorprendió en ese momento de confusión, era que su pelo había crecido impresionantemente, a tal punto en que la estaba envolviendo completamente, intentó forjarse, fue inútil. Su largo cabello la seguía rodeando hasta que quedo totalmente envuelta de rojos hilos que formaban una sola figura, hizo un último esfuerzo… y expiró.
Daniela Arias B.